El hachazo de Trump a la ayuda humanitaria causa muertes y afecta a la salud global, y forma parte de una tendencia de numerosos países occidentales en los últimos años
Llevamos semanas siguiendo con atención el impacto de los recortes a la cooperación internacional que el presidente norteamericano, Donald Trump, ha llevado a cabo con orgullo y muchos aspavientos. Un reciente artículo de la periodista Julia Navarro y la lectura de un informe del Real Instituto Elcano que firma una de sus investigadoras principales, Iliana Olivié, me hicieron reparar, sin embargo, en que los recortes de Trump no son ni un hecho aislado ni un momento de esos que marca un antes y un después en la geopolítica del mundo: son una tendencia.
Resulta, pues, que en estos tiempos convulsos de polarización y alza de los extremismos, muchos países occidentales han emprendido amplios recortes a los ayudas que se proporcionaban a los países menos desarrollados. Estamos hablando de que solo en este año la cooperación y la ayuda humanitaria han sufrido un hachazo (es mucho más que un recorte) de hasta 74.000 millones de dólares. Antes que Estados Unidos, países como el Reino Unido, Francia, Bélgica, Alemania, Suiza o los Países Bajos habían recortado su Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD). Y ojo, no son solo gobiernos de inspiración trumpista, para entendernos, también los hay de inspiración socialdemócrata. Es, como digo, una tendencia.
Sin duda, la decisión norteamericana es la que más efectos directos e inmediatos ha tenido. En 2023, Estados Unidos destinaba cerca de 65.000 millones de dólares a ello. El cálculo de 2025 es que el golpe de la tijera es de hasta 55.000 millones, aproximadamente. A efectos del brazo humanitario de Estados Unidos, llamado USAID, es prácticamente un cierre total de sus actividades.
De un día para otro, en muchísimos proyectos humanitarios y de cooperación que dependían de fondos norteamericanos, las puertas aparecieron con un candado y sus trabajadores vieron fulminantemente extinguidos sus contratos mientras se les instaba a volar de regreso a casa al día siguiente. En total, se calcula que Estados Unidos puso fin a más de 10.000 diferentes líneas de subvenciones y contratos de ayuda exterior, dejando a millones de personas sin acceso a servicios… que salvan vidas.
Algunos, como el magnate de las telecomunicaciones, Elon Musk, celebraban y jaleaban las decisiones tomadas como un enorme ahorro para las arcas estadounidenses. La desinformación, uno de los principales males de este siglo, campa a sus anchas: resulta que diversas encuestas han confirmado que uno de cada cuatro estadounidenses está convencido de que el 25% del presupuesto total norteamericano se dedicaba a la ayuda exterior.
Y con esas cifras, y con afirmaciones sesgadas, juegan Trump y Musk para conseguir el aplauso de sus acólitos al hablar de enormes cantidades de dinero desperdiciadas: la realidad de los números demuestra que el país destinaba cerca de un 1% a la ayuda extranjera, y dentro de ella, solo una cuarta parte de esta era ayuda humanitaria (un 0,25% del presupuesto federal). Aun así, porque no quiero que parezca que eso era poco, la aportación estadounidense era no solo enorme, sino clave.
Semanas más tarde, hemos empezado a leer sobre los efectos de esos recortes. Y el principal de ellos es que está muriendo gente. Es lógico, porque para quienes sufren las consecuencias de guerras, desplazamientos, hambre o enfermedades, la ayuda humanitaria es vital. Proporciona alimentos, agua potable, atención médica, refugio y hasta una cierta salud mental. Estos programas no son meros números en un presupuesto; representan vidas y futuros tangibles. Si reducir la ayuda pone en riesgo vidas, eliminarla de un plumazo, directamente mata.
Además, todos estos recortes humanitarios llegan en los años en que el mundo vive más conflictos bélicos desde la Segunda Guerra Mundial (59 conflictos en 2023, 28 de ellos en África). Tenemos en mente, y con presencia habitual en los telediarios, las barbaridades que ocurren en Ucrania o Gaza, pero la gente no es consciente de las gigantescas dimensiones de la guerra de Sudán, del recrudecimiento del ya casi eterno conflicto de Sudán del Sur, de la violencia yihadista del Sahel o del impacto en la población civil que está teniendo la guerra del este del Congo, donde la geopolítica juega a los dados con los minerales estratégicos.
Solo en Sudán, por ejemplo, las organizaciones humanitarias la consideran ahora mismo como la mayor crisis humanitaria del planeta. Treinta millones de personas necesitan de la ayuda humanitaria para sobrevivir, incluidos doce millones de refugiados desplazados por la virulencia de los combates. Y en un contexto así, los recortes son devastadores: han paralizado programas esenciales y reducido la capacidad de respuesta de las organizaciones en el terreno. Un ejemplo desgarrador es el de las cocinas comunitarias: al menos 900 de las 1.400 que se contabilizaban han cerrado, dejando sin sustento diario a cerca de dos millones de personas.
Otro impacto directo y fundamental de los recortes nos remite a la salud global: gracias a la ayuda humanitaria, en los últimos 30 años las tasas de mortalidad de niños menores de cinco años se habían reducido a la mitad. Algunos expertos y académicos han calculado ya que el parón de proyectos estadounidenses en la lucha contra el VIH podría deshacer décadas de progreso contra la enfermedad, y que la cancelación de esos programas podría causar más de seis millones de muertes adicionales (no previstas) en los próximos cuatro años.
Ante todo este panorama, constituye cierto orgullo que nuestro país, con sus claras y evidentes estrecheces económicas (la Ayuda Oficial al Desarrollo no está aún al nivel que debería, por debajo de la media de países europeos de nuestro entorno), trabaje no solo para no aparecer en la lista de países que han recortado su ayuda al desarrollo sino todo lo contrario: ser un ejemplo ante la comunidad internacional por su empeño en incrementarla y en ser un actor clave en el fomento de un movimiento global que reclama una cultura mucho más empática con los países que lo necesitan.
Precisamente ayer leíamos en los medios de comunicación que España y otros cuatro países de la UE han reclamado a la Comisión Europea un esfuerzo extra en la cooperación exterior, que permita un cierto alivio al desastroso recorte no solo de Trump, sino al conjunto de países que han reducido su cooperación.
Y ese movimiento de países y organizaciones tiene en mes y medio una cita en España, en Sevilla, para conjurarse hacia un mundo más justo y solidario: la Cuarta Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo (FFD4).
Esta conferencia representa una oportunidad única para reformar la financiación al desarrollo a todos los niveles, incluyendo un impulso a la reforma de la arquitectura financiera internacional y para afrontar los retos que están frenando la urgente inversión necesaria para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (la Agenda 2030). La conferencia reunirá a líderes de todos los gobiernos, junto con organizaciones internacionales y regionales, instituciones financieras y comerciales, empresas, sociedad civil y el sistema de las Naciones Unidas, para reforzar la cooperación internacional. Y ahí nuestro país tiene una oportunidad única para liderar, fomentar y facilitar consensos.
En conclusión, que independientemente de si los recortes a la ayuda humanitaria provienen de Estados Unidos o de Europa, el impacto para quienes dependen de esta asistencia es el mismo: una amenaza directa a su supervivencia y bienestar, una amenaza a su vida.
Es fundamental señalar la hipocresía de la crítica selectiva (parece que todo el foco esté puesto en los recortes de Trump) y reconocer que la responsabilidad es compartida. Asumiendo esto, la importancia de eventos como la Conferencia de Sevilla servirán como oportunidad para reevaluar y fortalecer el compromiso global con la financiación al desarrollo, incluso en un contexto difícil como el que vivimos. España tiene la oportunidad de liderar la promoción de enfoques más justos e inclusivos, y ello puede y debe llevarnos también a mejorar su propio esfuerzo en Ayuda Oficial al Desarrollo.