
Cuando llegué a Janjanbureh (Gambia), los jóvenes ya habían sido separados de sus familias y convivían en un campamento, donde los ancianos, al resguardo del árbol sagrado —generalmente un baobab—, les transmitían respeto, tradiciones y valores. Se sentía la tensión y la expectación en el aire: sabían que la circuncisión estaba cerca y que aquello marcaría su paso a la adultez.
Cuando el Kankurang apareció, cubierto con corteza y hojas, comenzó el ritual: un baile de machetes y percusión que ahuyentaba malos espíritus y enseñaba valores comunitarios. Los tambores hicieron temblar el suelo. Los niños más pequeños, asustados, se escondían, mientras los adultos cantaban y todos respiraban al mismo ritmo.
No era solo un baile: era un ritual vivo que protege, enseña y une a toda la comunidad.
Texto y fotografías: Sergio Hanquet
Video: Ángel Vallecillo