El tema del Día Internacional de la Juventud 2025: “Acciones locales de la juventud para los ODS y más allá”, suena articulado y con propósito. Lanza un reto a los jóvenes: pasar de la aspiración a la transformación. África, con la población más joven del mundo, debería estar a la vanguardia de esta campaña. Sin embargo, para muchos jóvenes africanos, el día corre el riesgo de convertirse en una jornada ceremonial más, llena de discursos, seminarios web y fotos que no abordan los verdaderos obstáculos que enfrentan para cumplir los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). En lugar de ser un trampolín hacia soluciones concretas, con demasiada frecuencia se queda en una conmemoración simbólica, dejando problemas urgentes sin resolver y desperdiciando oportunidades y tiempo.
El mal liderazgo y la mala gobernanza, impulsados en gran medida por viejos dirigentes de mentalidad colonial que se aferran al poder desde hace décadas, socavan los objetivos mismos que representan los ODS: acabar con la pobreza, garantizar educación de calidad, lograr la igualdad de género, construir la paz y fomentar alianzas, entre otros. Estos líderes perpetúan la corrupción, las elecciones violentas y el desmantelamiento de las estructuras y sistemas democráticos por intereses personales, en una borrachera de poder. Alimentan guerras, desigualdades y divisiones étnicas, aplastando a la misma generación que podría llevar a África hacia adelante. El Cuerno de África y otras regiones del continente son un claro ejemplo. El resultado es un continente donde demasiados jóvenes carecen de empleo, se unen a bandas criminales, se convierten en aduladores de quienes les explotan a cambio de migajas de comida. Silenciados, debilitados y sometidos a una generación sobrecontrolada, se ven forzados a sobrevivir bajo regímenes estatales complejos y mortales. Se utiliza el hambre, la pobreza y la intolerancia como armas contra la propia juventud.
Esta realidad apaga la luz de los jóvenes africanos, sustituyendo la ambición por la desilusión y el trauma. El llamado “dividendo demográfico juvenil” se transforma en una “olla a presión juvenil”: una bomba de relojería en lugar de una oportunidad de desarrollo. Pero los jóvenes africanos no son impotentes. Con una población tan numerosa, poseen una ventaja demográfica que, si se organiza de manera legal, cívica y estratégica, puede traducirse en un cambio democrático. Votando masivamente, organizando iniciativas de base, vigilando la gestión pública e insistiendo en la transparencia y la rendición de cuentas, pueden construir el África que desean, alineada tanto con los ODS como con sus propias aspiraciones.
Aun así, una pregunta resuena entre muchos jóvenes africanos: ¿Cuándo se hará realidad el proyecto de los Estados Unidos de África? Es una de las formas en que reimaginan su futuro. Un África que ya no funcione como club exclusivo para ricos y dirigentes atrincherados. ¿Qué anhelan más los jóvenes africanos? Un continente donde el liderazgo sea un servicio, no un derecho vitalicio. Donde los recursos públicos financien la educación, fortalezcan la sanidad e impulsen la innovación, en lugar de mansiones en el extranjero o tratamientos médicos fuera de sus fronteras. Un África donde la unidad trascienda la etnia y las oportunidades dependan del mérito, no de las conexiones políticas. Un continente capaz de atraer migrantes del norte global, un África donde los jóvenes no solo sean los líderes del mañana, sino la fuerza motora del cambio en el presente.