
China se ha convertido en el gran referente mundial de las energías renovables, pero su expansión en África despierta tanto esperanzas como recelos. Mientras el continente busca una transición verde que le permita reducir su vulnerabilidad ante el cambio climático, surgen dudas sobre si la cooperación con Pekín representa una oportunidad real o una nueva forma de dependencia. En un interesante artículo publicado en globalvoice.org, Jean Sovon y Vivian Wu analizan en profundidad las dificultades del continente para busca formas de mitigar la actual crisis climática, incidiendo en que la inversión extranjera no siempre es una fuerza positiva.
Durante una gira africana en enero de 2025, el ministro chino de Exteriores, Wang Yi, reiteró el compromiso de su país con la transición energética africana. Destacó que las plantas solares construidas conjuntamente ya superan los 1,5 gigavatios y anunció el programa “Cinturón Solar de África”, destinado a fomentar un desarrollo bajo en carbono. Sin embargo, pese a su discurso ecológico, China sigue siendo el mayor emisor mundial de CO₂ y mantiene inversiones en sectores altamente contaminantes como el petróleo y el carbón.
Este doble papel genera inquietud entre ambientalistas y analistas. Por un lado, las inversiones chinas pueden fortalecer la infraestructura energética africana; por otro, perpetúan un modelo de extracción intensiva que contradice los principios de justicia climática. En países como Angola, Uganda o Níger, la financiación china ha impulsado proyectos petroleros que aumentan la dependencia de los combustibles fósiles.
El modelo financiero chino también suscita preocupación. Según un estudio del Instituto de Estudios de Seguridad, muchos préstamos incluyen cláusulas de confidencialidad y condiciones que limitan la soberanía económica de los países africanos. Estas restricciones dificultan la posibilidad de renegociar deudas y comprometen la autonomía de los gobiernos en materia de política ambiental.
Además, los impactos sociales y ecológicos son cada vez más visibles. En la República Democrática del Congo, el movimiento ciudadano Filimbi denunció a empresas mineras chinas por contaminar el río Aruwimi y desplazar comunidades locales. Casos como este evidencian que las promesas de desarrollo sostenible suelen chocar con realidades de explotación y degradación ambiental.
Frente a ello, voces africanas reclaman una cooperación más justa. Solo así África podrá convertir la inversión china en un instrumento de desarrollo real y no en una nueva trampa de dependencia verde.
Fuente: globalvoices.org