
El actual sistema financiero internacional, incapaz de ofrecer respuestas eficaces ante las crisis económicas, climáticas y de deuda que se acumulan, ha quedado obsoleto. Así lo evidenciaron las recientes reuniones de primavera del FMI y el Banco Mundial. Ante la parálisis global, África ha decidido dejar de ser mera espectadora. Gobiernos e instituciones del continente están tomando la iniciativa con propuestas concretas para reformar el sistema, desde nuevas herramientas de financiación hasta soluciones para la creciente carga de la deuda.
Lejos de centrarse únicamente en la equidad, los líderes africanos están poniendo el foco en la eficacia. Con más de 30 países gastando más en deuda que en salud y educación, el continente exige un nuevo marco de resolución más justo y predecible. A la vez, promueve el uso de los derechos especiales de giro del FMI como capital híbrido, impulsa financiación en moneda local y propone modelos de inversión climática escalables y adaptados a contextos frágiles. Se trata de iniciativas con potencial transformador, que podrían beneficiar no solo a África, sino a todo el sistema financiero mundial.
La presidencia sudafricana del G20 ha elevado estas demandas al primer plano internacional, mostrando a una África no solo resiliente, sino visionaria. Sus prioridades -desde la inversión en fases tempranas hasta la movilización de capital privado y el refuerzo del mercado interno-, apuntan a corregir fallos sistémicos globales. Como sostiene la economista Hanan Morsy, África ya no reclama un asiento en la mesa: Está ayudando a rediseñarla.
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