Nigeria y Sudáfrica, las dos mayores economías del continente, enfrentan retos opuestos en relación con sus sectores informales. Mientras que Nigeria necesita reducir y formalizar su economía paralela, Sudáfrica requiere lo contrario: permitir que crezca como red de contención ante el desempleo masivo. El contraste refleja trayectorias históricas y estructuras productivas profundamente distintas.
En Sudáfrica, apenas el 17% de la población activa trabaja en el sector informal, muy por debajo del promedio africano del 58%. Esto limita la capacidad del país para absorber a los millones de personas excluidas del mercado formal, especialmente en una región donde el desempleo supera el 33%. Su modelo económico, altamente concentrado y capital-intensivo, ha generado escasas oportunidades para el autoempleo o las pequeñas iniciativas.
Nigeria, en cambio, tiene un 68% de su fuerza laboral en la informalidad. Esto disimula una elevada precariedad, con millones de trabajadores sin derechos ni acceso a servicios públicos. Aunque las cifras oficiales reflejan un bajo desempleo, en realidad abundan el subempleo y la ineficiencia económica. La magnitud de esta informalidad impide al Estado recaudar impuestos suficientes y obstaculiza el desarrollo de políticas públicas eficaces.
Ambos países necesitan replantear su enfoque. Sudáfrica debería flexibilizar su economía y fomentar el emprendimiento como forma de reducir la desigualdad y el paro. Nigeria, por su parte, debe avanzar hacia una formalización progresiva, apoyada en plataformas digitales y un entorno fiscal más accesible. Ejemplos como el de Ruanda ofrecen pistas sobre cómo hacerlo.
El estudio del ISS subraya que el sector informal no puede seguir siendo visto como un margen del sistema. Es una pieza clave para la inclusión, la gobernabilidad y el futuro del trabajo en África. Pero gestionarlo requiere enfoques específicos, basados en las realidades de cada país.
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