
Una nueva ola de talento africano está transformando la escena internacional de la danza. Jóvenes artistas del continente están exportando al mundo una visión renovada del movimiento, en la que se fusionan estilos urbanos, raíces tradicionales y una carga expresiva que desborda los escenarios. Lejos de los estereotipos, estos bailarines no solo entretienen: redefinen identidades, desafían narrativas y consolidan a África como epicentro creativo global.
La sudafricana Tarryn Alberts es uno de los nombres más destacados de esta generación. Con una presencia escénica inconfundible, ha logrado combinar krumping, voguing y pantsula en un lenguaje físico propio, potente y elegante. Su capacidad para fundir géneros le ha permitido romper barreras y participar en producciones internacionales de alto perfil.
Desde Johannesburgo también emerge Litchi Hov, quien comenzó su trayectoria en el colectivo V.I.N.T.A.G.E Crew, conocido por su teatralidad y estilo audaz. Su evolución como coreógrafo y performer ha consolidado una propuesta que mezcla dramatismo, cuerpo y moda en escena, convirtiéndolo en un referente de la danza performativa del sur del continente.
Otra figura clave es Courtnaé Paul, reconocida por su dominio del breakdance y su capacidad para integrarlo con otros estilos como el afro o el kizomba. Su enfoque técnico, combinado con una sensibilidad coreográfica muy personal, le ha permitido consolidar un estilo híbrido que traspasa fronteras y conecta con públicos diversos.
Pero no son casos aislados. Coreógrafos como Izzy Odigie, fundadora de la agencia TRYBE, han llevado el Afro-dance a escenarios globales con giras como Pan African Passport. También destacan colectivos como Tofo Tofo en Mozambique, que combinan kwaito y pantsula, o Qudus Onikeku, cuya obra Re:Incarnation desde Lagos ha recibido elogios internacionales por su fusión de danza yoruba y urbana.
Redes como Instagram y TikTok han sido fundamentales para esta expansión. Estilos como el Gwara Gwara, el Shaku Shaku o el Amapiano se han viralizado desde barrios de Nairobi, Accra o Soweto hasta clubes en Londres o Nueva York. En ese proceso, África ha dejado de ser vista como una fuente de inspiración periférica para convertirse en un motor central de la cultura global contemporánea.
La danza africana vive así un momento de auge sin precedentes. Más allá del espectáculo, se erige como vehículo de representación, crítica social y afirmación cultural. Sus protagonistas, con talento y visión, no solo marcan tendencia: están escribiendo una nueva narrativa sobre el lugar de África en el mundo.
Fuente: okayafrica.com