
El delta del Okavango, en el norte de Botsuana, desafía la lógica geográfica. Sus aguas, lejos de desembocar en el mar, se pierden en las arenas del desierto y crean un mosaico de humedales efímeros que sostiene a una de las concentraciones de fauna más sorprendentes del planeta.
Este espacio, declarado Patrimonio Mundial por la UNESCO, combina procesos naturales de gran singularidad: inundaciones que varían cada año, islas formadas por termiteros y canales que se reconfiguran con cada crecida. El resultado es un paisaje vivo, en constante transformación.
La riqueza biológica es apabullante. Se han registrado cientos de especies de aves y mamíferos, desde el esquivo licaón africano hasta manadas de elefantes que encuentran aquí agua y sombra en los meses más secos. El delta se convierte así en un santuario imprescindible para animales amenazados en otras regiones del continente.
No obstante, este equilibrio enfrenta presiones crecientes. Investigaciones recientes alertan de la vulnerabilidad del ecosistema frente al cambio climático, con episodios de mortandad masiva de elefantes asociados a toxinas presentes en aguas estancadas. La protección del delta es, por tanto, un reto compartido.
Más allá de la biodiversidad, el Okavango es también un lugar de conexión humana. Las comunidades locales han sabido convivir con las crecidas estacionales, incorporándolas a sus modos de vida y desarrollando un turismo de bajo impacto que hoy constituye una de las principales fuentes de ingresos sostenibles de Botsuana.
La supervivencia de este “corazón acuático” depende de mantener ese delicado equilibrio entre conservación, desarrollo y resiliencia climática. El futuro del delta será, en buena medida, un termómetro de la capacidad de África austral para proteger sus tesoros naturales más frágiles.
Fuente: whc.unesco.org; awf.org