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Home page " News " La paradoja climática africana 

La paradoja climática africana 

José Segura 12/09/2025
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Los países africanos se han reunido en Etiopía esta semana para reiterar que no podrán luchar contra el cambio climático sin un marco financiero más justo.

Ya les he contado en diversas ocasiones a través de estos artículos cómo, ante la crisis climática global, África vive una paradoja especialmente cruda: a pesar de contribuir con menos del 4% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y utilizar solo el 6% de la energía mundial, es la región más severamente impactada por el cambio climático. Esta realidad convierte al continente africano en el epicentro de los efectos devastadores del calentamiento global, con diecisiete de los veinte países más vulnerables del mundo ubicados en su territorio.

Los impactos son ya profundos y generalizados. El continente experimenta un aumento de las temperaturas, sequías recurrentes, inundaciones extremas y patrones de lluvia erráticos que desorganizan la agricultura –el pilar de muchas economías africanas–, amenazando la seguridad alimentaria y los medios de vida rurales.

La escasez de agua se agudiza, poniendo en peligro la salud de personas, cultivos y ganado y aumentando los conflictos por los recursos. Los impactos climáticos generaron el año pasado el desplazamiento de mayor número de personas que los generados por las guerras, desestabilizan aún más las regiones frágiles e impulsan la migración.

Tiene consecuencias claras, también, en la salud. Más de la mitad de las emergencias de salud pública en África entre 2001 y 2021 estuvieron relacionadas con el clima, impulsando la propagación de enfermedades transmitidas por el agua y vectores como el cólera, el dengue y la malaria. Eventos extremos como el Ciclón Freddy en 2023, la tormenta tropical más duradera registrada, causaron la muerte de cientos de personas en Malaui y exacerbaron un brote de cólera, contribuyendo a la resistencia antimicrobiana (RAM). Ayer mismo leíamos en el dosier de noticias africanas que cada mañana recopilamos en Casa África que Save the Children acaba de advertir que la desnutrición infantil en Madagascar aumentará un 54% en los próximos meses debido a las prolongadas sequías y las inundaciones provocadas por los ciclones.

En otros artículos anteriores les he hablado mucho de cambio climático y fenómenos meteorológicos adversos, y de la necesidad urgente de que África disponga de sistemas de alerta temprana a la altura de los que tienen, por ejemplo, Europa o el Norte de América. Desde Canarias, territorio geográficamente africano, eso debería preocuparnos y ocuparnos mucho más.

Porque las proyecciones indican que África enfrentará aumentos más altos en las tasas de mortalidad debido al cambio climático que otras partes del mundo, lo que destaca su excepcional vulnerabilidad.Y es obvio que esta asimetría en la contribución y el impacto nos manda un claro mensaje: combatir la crisis climática en África es fundamentalmente una cuestión de justicia y equidad.

Y esa es precisamente la idea que los países africanos llevan años repitiendo, que no habrá justicia climática sin justicia financiera.Esta misma semana lo han vuelto a hacer en Adís Abeba, Etiopía, donde impulsado por la Unión Africana se ha celebrado la Segunda Cumbre del Clima de África (ACS2), un evento pensado para que las naciones africanas definan su agenda climática y vertebren un frente unido de cara a la Conferencia Mundial del Clima (la COP30), que se celebraráen Brasil del 10 al 21 de noviembre de este año.

La Segunda Cumbre del Clima de África (ACS2) se desarrolló esta pasada semana en Adís Abeba, Etiopía.
La Segunda Cumbre del Clima de África (ACS2) se desarrolló esta pasada semana en Adís Abeba, Etiopía.

Al encuentro asistieron más de 25.000 delegados, entre ellos jefes de Estado y de gobierno, ministros, representantes de la sociedad civil, socios para el desarrollo, sector privado, comunidades locales y pueblos indígenas, agricultores, jóvenes y académicos. Las delegaciones presentes consensuaron una declaración final para avanzar hacia lo que ansían, “un continente próspero, resiliente y verde”, basándose en tres pilares principales: acelerar el desarrollo de energías renovables, formar una coalición de productores africanos de minerales críticos para asegurar un valor justo en las cadenas de suministro globales y proteger el patrimonio natural a través de alianzas para la reforestación y restauración.

Los países africanos se han comprometido a movilizar 50.000 millones de dólares anuales en lo que llaman ‘financiación catalizadora’ para promover hasta un millar de soluciones climáticas específicamente africanas que aceleren la innovación: ‘soluciones africanas’ para hacer frente a los retos climáticos en materia de energía, agricultura, agua, transporte y resiliencia de aquí a 2030.
Sin embargo, la cobertura mediática internacional ha sido escasa, eclipsada por conflictos como Gaza, Ucrania o la polarización política en Estados Unidos.

De los mensajes que deja esta cumbre me quedo con el claro diagnóstico que los africanos ponen sobre la mesa: la financiación de la llamada adaptación climática (es decir, preparar mejor a los países y sus infraestructuras para reducir los impactos del cambio climático) constituye “una obligación para los países desarrollados, no un acto de caridad”. Y que la injusticia financiera se combate en forma de ayudas, no de préstamos a altas tasas de interés que empeoren la ya enorme losa que constituye para África la deuda externa.

Es algo que le llevo leyendo desde hace años al economista Carlos Lopes, acreditado profesor de Guinea Bisau y buen amigo de Casa África (a quien hemos publicado dos libros y está en proceso un tercero) y que por cierto ha sido nombrado el portavoz de los países africanos ante la próxima COP del mes de noviembre en Brasil. Lopes denuncia que África padece una crisis de deuda endémica, y que esta noapareció por falta de capacidad o por una mala gobernanza, sino por una subfinanciación crónica que ha obligado a las naciones africanas a asumir préstamos con tasas de interés exorbitantes, impuestas por acreedores privados y agravadas por calificaciones crediticias sesgadas.

Así, las ambiciones climáticas de África se ven constantemente obstaculizadas por los recursos de todo tipo inadecuados, empezando por la financiación. En estos momentos, el continenterecibe solo el 3% de la financiación climática global, y si bien las últimas reuniones internacionales establecieron que se necesitanal menos 70.000 millones de dólares anuales para la adaptación, en 2023 solo se le proporcionaron 15.000, es decir, un 21% de sus necesidades.

Los países africanos insisten en que, sin una acción urgente para abordar esta brecha de financiación, los costos futuros de los impactos climáticos se dispararán, eliminando una quinta parte del PIB para 2050. Para sus representantes, el de que hay que alzar la voz y acudir con un mensaje propio y unitario a la COP de Brasil es quizás el gran mensaje de esta cumbre. La lucha contra el cambio climático, concluyeron, “es el último gran test del multilateralismo”.

Desde nuestro lado, Europa, la participación en la Cumbre ha evidenciado cierta voluntad e interés de aportar algo que realmente suponga avances. La Vicepresidenta Ejecutiva de la Comisión Europea para una Transición Limpia, Justa y Competitiva, la hasta hace poco ministra Teresa Ribera, presentó el Programa Energético Continental en África. Con financiación europea, busca acelerar la implementación del Mercado Único Africano de Electricidad (AfSEM) y el Plan Maestro Continental de Sistemas Eléctricos (CMP), los cuales son pilares estratégicos de la Agenda 2063 de la Unión Africana. El CEPA forma parte de la Iniciativa de Energía Verde África-UE (AEGEI), una pieza clave del Paquete de Inversiones África-Europa del gran programa de ayudas europeas a los países en desarrollo, el Global Gateway, que moviliza 150.000 millones de euros y del que también les hemos hablado en otras ocasiones, además de ser objeto de un Seminario en Casa África.

Suena todo muy bien, pero sería deseable que Europa acompañara estos compromisos con una revisión crítica de sus propias políticas energéticas, puesto que nunca la UE ha sido capaz de articular un mercado común de la energía. Ayudaría a evitar contradicciones entre discurso y práctica.

La justicia climática, recordemos, es una utopía mientras queden en el continente hasta 600 millones de personas sin acceso a la electricidad, como sucede ahora. Ojalá podamos, de verdad, ser útiles en ello.

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Juan Manuel Pardellas

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