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Home page " News " La catástrofe ignorada de Sudán

La catástrofe ignorada de Sudán

José Segura 28/09/2025
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Es incomprensible que la guerra de Sudán, la mayor tragedia humanitaria que está ocurriendo estos días en el mundo, no reciba la atención ni de los medios de comunicación en Europa ni, especialmente, de la comunidad internacional.

Como saben, desde Casa África elaboramos a diario lo que llamamos el #DosierÁfrica, una recopilación de noticias sobre el continente con enlaces a medios, nacionales, africanos y del resto del mundo sobre la actualidad del continente. Se cuelga en la web y además se distribuye en forma de newsletter, con lo que facilitamos que a media mañana, cada día laborable, cerca de un millar de personas (nuestra Red de Embajadas, africanistas, periodistas, cooperantes…) reciba un correo electrónico con el que contribuimos a algo tan útil como ponerse al día de forma ágil y rápida sobre todo lo que está sucediendo en África. Aprovecho el momento para decir que es gratuito, un servicio que ofrecemos a los interesados en el continente, y que solo hay que solicitarlo a Casa África por correo electrónico. Podemos presumir de una acción diaria de proyección internacional desde Canarias.

Lo que vengo a contarles hoy es que no hay día que en las secciones de Seguridad, de Desarrollo o de Salud de esta recopilación no aparezca alguna noticia de la crítica situación que vive Sudán. Porque la guerra de Sudán es, ahora mismo, la mayor emergencia humanitaria que vive el mundo. La mayor. Y eso que el mundo vive en estos momentos el conflicto de Ucrania, o la invasión de Gaza. Pero, en cifras, la dimensión de lo de Sudán es superior.

De una de esas informaciones que incluimos a diario en el #DosierÁfrica me pareció extraordinaria una pieza radiofónica y crónica en la web de RTVE de un periodista de Radio Nacional con muchos años de trayectoria y experiencia africana, Santiago Barnuevo. Escribía: “Si te dicen que en Sudán se está desarrollando la peor catástrofe humanitaria de nuestra época, es posible que no lo creas. Y no porque no sea cierto, sino porque al mundo parece importarle poco que la mitad de sus 50 millones de habitantes no sepa qué comerá mañana”.

He escrito alguna otra vez sobre Sudán, y siempre utilizaba el término ‘olvidado’ al referirme a su conflicto. A la vista de la magnitud del mismo, creo que hay que endurecer el término, así que usaremos  ‘ignorado’. Recordemos que desde abril de 2023 el país está inmerso en una guerra civil que no nació de la nada: fue el resultado de una pugna descarnada por el poder entre dos generales que, paradójicamente, habían sido aliados en el derrocamiento del gobierno de transición civil surgido tras la caída del dictador Al Bashir en 2019. De un lado, el ejército regular —las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS)—; y del otro, las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR, RSF en inglés), un poderoso grupo paramilitar. El estallido del conflicto sorprendió a muchos y forzó la salida y evacuación del país de miles de personas, entre ellos nuestro Embajador, el tinerfeño Isidro González.

Las cifras estremecen. En estos casi 900 días (o 29 meses) de conflicto, más de 12 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares dentro de Sudán. Entre tres y cuatro millones han huido más allá de las fronteras, muchas de ellas al vecino Chad. Las estimaciones de víctimas mortales rondan las 150.000, aunque la cifra real, con toda probabilidad, es aún mayor. Solo en los primeros seis meses de 2025, Naciones Unidas confirmó la muerte de 3.384 civiles, número que ya iguala prácticamente a todo lo registrado en 2024. Mientras tanto, 24 millones de sudaneses —más de la mitad de la población— sobreviven bajo la amenaza del hambre. De hecho, según Cruz Roja hay ya dos millones de personas en situación declarada de hambruna, es decir, el grado máximo de clasificación de una emergencia alimentaria (hay 5 estadios y la hambruna es el último, el único con el calificativo de catástrofe). Porque en Sudán, el hambre no es solo consecuencia de la guerra: se ha convertido en un arma más. Seguro que eso les recuerda a la situación de Gaza.

La comunidad internacional da la espalda a Sudán, inmersa en un conflicto sin precedentes.
La comunidad internacional da la espalda a Sudán, inmersa en un conflicto sin precedentes.

En estas últimas semanas, el drama se concentra de forma especialmente cruel en El Fasher, la capital de Darfur del Norte. Esta ciudad del oeste del país, antaño un nodo urbano vital, lleva más de 500 días bajo asedio de las FAR. Los hospitales y escuelas que aún quedaban han sido blanco de bombardeos. Desde enero del presente año 2025 no entra ayuda humanitaria de forma significativa. Una ciudad en la que habitan cientos de miles de seres humanos, la mitad niños, que sobreviven sin alimentos, sin agua potable, sin medicinas. Muchos mueren de enfermedades tratables, de deshidratación, de abandono. Los servicios de salud están totalmente colapsados.

Las pocas crónicas periodísticas que llegan cuentan que las escasas organizaciones de ayuda humanitaria presentes en El Fasher han documentado, por ejemplo, cómo la población hace cola para comer los residuos que se producen en una fábrica de aceite de cacahuete, es decir, el material de desecho que se utilizaba normalmente para alimentar a los animales.

En todo el país, la guerra ha hecho saltar por los aires lo más elemental para la vida: la infraestructura básica. Apenas uno de cada cuatro centros de salud sigue en pie; más del 70% han quedado reducidos a escombros o simplemente dejaron de funcionar.  Y claro, las consecuencias son que brotes de paludismo, tifus y dengue se extienden sin control. En solo un mes, en un área de Jartum, se contabilizaron más de 5.000 casos.

Ante la falta de medicamentos y el colapso de los pocos hospitales que resisten, el retroceso es tan severo que la tasa de inmunización infantil ha vuelto al nivel de hace cuatro décadas. Sudán ostenta hoy el triste récord de ser el país con la cobertura de vacunación más baja del mundo. Y en relación con la educación, un dato que nos recuerda la juventud de la población sudanesa: de 15 a 19 millones de niños no pueden ir a la escuela. ¿Es o no es una situación así, que se extiende durante más de dos años, un golpe irreversible para toda una generación?
Como en tantos conflictos contemporáneos, el silencio internacional sobre Sudán solo se entiende desde la geopolítica. ¿A quién le conviene que no se hable de esta guerra? Muchos sostienen que lo que se presenta como una pugna entre dos generales es, en realidad, una guerra por delegación: potencias extranjeras la alimentan para asegurar su acceso a los recursos del país. Oro, petróleo, tierras fértiles y un emplazamiento estratégico en el Mar Rojo son el verdadero botín.

La riqueza de Sudán nos remite, sin duda, a la República Democrática del Congo y su conflicto en la zona de los Kivus (el M23 y el papel de Ruanda) del que también les hemos hablado en ocasiones. Sin ir más lejos el presidente congoleño, Félix Tshisekedi, denunció esta misma semana en la Asamblea General de Naciones Unidas que el conflicto de su país (el mismo que Trump contabiliza como uno de los que ha podido detener como presidente) debe calificarse como un genocidio.

Volviendo a Sudán, los Emiratos Árabes Unidos destacan como principales financiadores y proveedores de armas de las FAR, con intereses que van desde garantizar su seguridad alimentaria hasta beneficiarse —junto a Rusia y algún otro país— del contrabando de oro controlado por los paramilitares en Darfur. No es casual que Dubái, sin minas propias, se haya convertido en epicentro del comercio mundial de este metal. Si siempre habíamos oído hablar de los diamantes de sangre en Sierra Leona (recuerden la película con Leonardo Di Caprio), no es raro encontrar en informaciones el término “oro de sangre” sudanés. Al mismo tiempo, Egipto y Arabia Saudí respaldan al ejército regular sudanés, convirtiendo el país en un tablero donde se libran, por intermediarios, disputas regionales tan sensibles e importantes como el control del Nilo (cuya geopolítica, por cierto, merece un futuro artículo).

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Juan Manuel Pardellas

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