
En el corazón del norte etíope, cada mes de agosto, la ciudad sagrada de Lalibela se llena de cantos, trenzas y vestidos blancos. Es el festival de Ashenda, una celebración que rinde tributo a la juventud femenina y a la devoción mariana, y que se ha convertido en uno de los acontecimientos culturales más vibrantes del país.
Durante varios días, niñas y jóvenes recorren calles y aldeas entonando melodías tradicionales. Las acompaña el sonido de tambores, palmas y ululatos que anuncian la llegada de un tiempo de alegría colectiva. Vestidas con el característico tilf kemis —una túnica blanca adornada con bordados de colores—, portan en la cintura una hierba alta llamada ashenda, símbolo de fertilidad y esperanza.
La celebración marca el final del ayuno de Filseta, periodo de oración dedicado a la Virgen María. Sin embargo, en Ashenda el fervor religioso se funde con un mensaje de empoderamiento y libertad. Las jóvenes, protagonistas absolutas de la festividad, interpretan canciones que mezclan elogios, sátiras y mensajes sociales, demostrando el poder transformador de la palabra cantada.
El paisaje de Lalibela, con sus iglesias excavadas en la roca, ofrece un escenario místico que realza la fuerza visual de la fiesta. En torno a estos templos medievales, las voces femeninas resuenan con una energía casi ancestral, creando un diálogo entre la fe, la memoria y la identidad.
Más que una tradición, Ashenda se ha consolidado como una manifestación viva de orgullo cultural y sororidad africana. En tiempos de cambio, su canto colectivo recuerda que las raíces pueden ser también una forma de futuro: un espacio donde la espiritualidad, la alegría y la igualdad danzan al mismo compás.
Fuente: visitethiopia.et; explore-lalibela.com