África, el segundo continente más poblado del mundo (con 1.549.867 habitantes según estimaciones del Banco Mundial para 2025), es un territorio marcado por su diversidad étnica, cultural y también religiosa.
El profundo apego a la religión es una característica distintiva de las poblaciones africanas. Según un estudio publicado por el instituto panafricano Afrobarometer en 2020, más del 95 % de los africanos se identifican con una religión. Esta fuerte relación con la religión se refleja, entre otras cosas, en la autoridad que se le otorga: los líderes religiosos inspiran más confianza que los líderes políticos y son percibidos como menos corruptos que otros grupos de dirigentes.
Históricamente, antes del periodo colonial, las religiones tradicionales constituían la base de las sociedades africanas. Aunque diferentes entre sí, compartían múltiples rasgos: la transmisión oral intergeneracional, el politeísmo en la mayoría de los casos, y la relación estrecha entre los seres vivos y sus ancestros, la naturaleza, el universo, lo visible y lo invisible. La llegada de religiones como el cristianismo, el islam, el judaísmo, el budismo o el hinduismo acentuó la diversidad de las prácticas religiosas. Sin embargo, las religiones tradicionales no han desaparecido y siguen guiando a muchas poblaciones, a veces en convivencia con las religiones importadas.
Así, existe una convivencia temporal de las religiones, caracterizada por una simbiosis entre prácticas ancestrales y modernas. Como destaca la encuesta de Afrobarometer, esta convivencia también se da en el plano espacial. En los 34 países africanos sondeados, se observa que la identidad religiosa y la tolerancia hacia otras creencias son rasgos compartidos. En la mayoría de ellos, los ciudadanos declaran pertenecer a una religión y promueven el respeto por las creencias distintas a las propias.
Aunque Sierra Leona suele citarse como referencia en este ámbito, muchos otros países como Senegal, Costa de Marfil o Gabón también se destacan como modelos de convivencia.
Profundamente religiosas y espirituales, las sociedades africanas han sabido preservar sus prácticas en un espíritu de apertura y respeto. No obstante, el auge de los extremismos y de los conflictos de carácter religioso en el continente representa una amenaza a esa armonía.