El silencio y la inacción de las autoridades comunitarias ante la extrema hambruna y el genocidio israelí nos perseguirán durante décadas y empequeñecen nuestra posición en el mundo.
Habíamos escrito a los responsables de los medios para trasladar que esta columna semanal se tomaba ya unas vacaciones, pero ante la visión diaria de las imágenes de lo que está ocurriendo en Gaza, ante el horror que suscita esta lenta y programada matanza de seres humanos, no he podido resistirme a la necesidad de ponerme a escribir.
Sé que la función que tengo encomendada como director general de Casa África nos hace mirar para el Sahel, para nuestros vecinos de África Occidental y hacia el conjunto del continente, pero el sentido de la ética y el horror que siento ante cada informativo me hace que tenga ganas de escribir sobre ello, sobre el hecho de que lo que estamos presenciando formará parte de los libros de historia en el futuro como un momento de absoluto fracaso de la Unión Europea y de sus democracias, en el que está siendo imposible ponerse de acuerdo y exigirle a un país que pare, que detenga esta matanza sin sentido.
Regreso al espacio público porque considero que no podemos permitirnos repetir la historia. El año pasado se conmemoró el 30º aniversario del genocidio de Ruanda, uno de los episodios más atroces del siglo XX. Mientras cientos de miles de personas eran masacradas en este país centroafricano, el mundo —Occidente incluido— miraba hacia otro lado. Después, contemplamos horrorizados lo sucedido y nos hicimos las preguntas de siempre: ¿cómo fue posible? ¿cómo no reaccionamos antes? ¿cómo pudimos no hacer nada? Hoy, ante la terrible situación de Palestina, me gustaría no tener que volver a preguntarme si es que, en realidad, no hemos aprendido nada.
Porque ya hace muchos días que entendimos que las acciones de Israel iban mucho más allá de vengar o detener a los responsables de las también horribles matanzas del 7 de octubre, en la que murieron asesinadas más de 1.200 personas y secuestradas cerca de 250. Van de otra cosa, y la palabra resultante no es otra que genocidio.
Gaza es hoy una dolorosa herida abierta para toda la humanidad, una barbarie que desgarra el alma y la credibilidad de Europa. Y digo Europa porque por mucho que Israel sea la única responsable, con la complicidad y aplauso de la locura que rige ahora mismo en los Estados Unidos, como europeo siento profunda vergüenza de la pasividad con la que las autoridades europeas están actuando ante algo tan claro, evidente y clarísimamente intencionado: el uso del hambre como arma de exterminio y desmantelamiento social. Esta pasividad nos perseguirá durante décadas y, además, empequeñece nuestro papel y capacidad de influencia en el mundo. Y eso es muy importante.
Es increíble que en el año 2025 estemos viendo imágenes de cuerpos escuálidos a punto de fallecer por inanición, y que presenciemos con normalidad cómo mujeres y niños que hacen cola para conseguir un poco de agua y con suerte algo de comida son directamente bombardeados o ejecutados por francotiradores.
Leía estos días las palabras del director de la Fundación Mundial para la paz, Alex de Waal, que decía algo tan claro como que “no se puede matar de hambre a nadie por accidente. Se puede disparar a alguien por accidente, pero con la inanición tienes 60 o hasta 80 días para remediar el error”. Decía este experto que la táctica de no dejar entrar alimentos a Gaza va más allá de perseguir la muerte individual, busca aniquilar toda una comunidad, desmantelarla, destruir el sentido de su vida como grupo. Nadie duda de que las restricciones de alimentos tienen un carácter genocida.
Las cifras que vamos viendo a diario actualizadas sobre Gaza son escalofriantes. Se contabilizan más de 58.000 palestinos muertos, incluyendo decenas de miles de civiles, en su gran mayoría mujeres y niños. Más de 17.000 niños han sido asesinados, lo que representa el 40% de todas las víctimas. La ONU ha confirmado que 875 palestinos fueron asesinados mientras buscaban comida y agua hasta julio de 2025. Y entre las víctimas, y de forma sistemática, se ha actuado con especial dedicación contra los periodistas, para que el mundo no vea y entienda lo que se persigue en la Franja de Gaza.
Los dos millones de seres humanos que componen la población de Gaza intentan sobrevivir durante estos días en una situación crítica. La hambruna provoca niveles récord de desnutrición aguda, especialmente entre niños, niñas y personas mayores, y en enfermedades totalmente prevenibles que se propagan rápidamente.
Al mismo tiempo, hay centenares de camiones con comida, agua y material de asistencia humanitaria bloqueados por Israel en los puntos fronterizos. Además de la hambruna, recordemos, no hay avance posible para la vida en Gaza: vivienda, escuelas y hospitales han sido reducidos a ceniza, con argumento eterno de que escondían a militantes de Hamás.
Ante esta catástrofe humanitaria, ante este genocidio televisado, el papel de la Unión Europea ha sido, desgraciadamente, irrelevante. Como el propio Josep Borrell ha reconocido, Europa ha perdido su alma en Gaza. «Cuando la UE no está unida no existe», ha dicho Borrell, que criticó que Europa se limitase a prestar ayuda humanitaria como si lo que ocurre en Gaza fuese un fenómeno de la naturaleza.
La hipocresía es palpable. La UE, que ha actuado con admirable velocidad y firmeza en casos como el genocidio rohinyá en Myanmar o la invasión de Ucrania, se ha quedado de brazos cruzados ante Israel. El mundo nos está criticando por tener una doble moral, y tiene razón. La ceguera moral es un fracaso existencial.
Sirve de pequeño consuelo, eso sí, el hecho de que España ha levantado la voz ante la barbarie que está ocurriendo y se ha significado en el mundo como uno de los países más activos en este asunto. España ha reclamado incesantemente la búsqueda de la paz y la justicia en Oriente Medio, y reconoció el Estado Palestino en mayo de 2024. Además, nuestro ministro de Exteriores se ha unido al «Llamamiento de Nueva York» para reiterar su compromiso inquebrantable con la solución de dos Estados democráticos, Israel y Palestina, que convivan en paz dentro de unas fronteras seguras y reconocidas.
Hace pocos días Macron (Francia) anunció la misma decisión y hace pocas horas leíamos que el Reino Unido amenaza con hacerlo si Israel no impone inmediatamente un alto el fuego. Nuestro ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, ha desempeñado un papel muy activo en las Naciones Unidas esta semana, participando en la Conferencia Internacional de Alto Nivel para el Arreglo Pacífico de la Cuestión de Palestina y la Implementación de la Solución de los Dos Estados, y reclamando cosas tan básicas como que Palestina pueda adquirir la condición de miembro de pleno derecho en el sistema de Naciones Unidas.
Estoy totalmente de acuerdo con Borrell cuando decía que lo que hoy permitimos en Gaza, la destrucción consciente de una sociedad a través del hambre, «sentará un precedente que nos acompañará siempre, dejará tocado el liderazgo y la credibilidad de la UE, y sembrará un futuro de inestabilidad e inseguridad del que todavía no somos conscientes».
Es urgente e inaplazable una acción diplomática y humanitaria concertada y contundente. Que Europa exija con firmeza un alto el fuego inmediato y la distribución de ayuda sin condiciones, y que los líderes europeos condicionen la cooperación militar, económica y política con Israel a su cumplimiento demostrable del derecho internacional humanitario, al cese completo de los ataques contra civiles e infraestructuras hospitalarias y educativas y a la participación en una vía diplomática creíble para lograr poner fin a tanta violencia. Quizás una de las cosas que deberíamos exigirnos como europeos es ser transparentes en todos los acuerdos que mantenemos con Israel y ponerlos en cuarentena de forma inmediata. Ni una compra más de armamento, ni una venta, nada. Y ser absolutamente escrupulosos en esa actitud.
A la vista está que el conflicto ya no tiene ningún sentido, más allá de erradicar Gaza del mapa y culminar con el desmantelamiento de la sociedad palestina, anexionarse toda la franja y, como pareció anunciar en su día Trump junto a Netanyahu, vender chalés adosados a israelíes.
Hay que decir basta y recordarle a las autoridades europeas que esta posición pasiva ante el genocidio palestino nos perseguirá durante décadas. Es hora de que Europa recupere su alma, de que sus principios fundacionales de paz, justicia y respeto al derecho internacional, los mismos que le dieron origen, prevalezcan sobre la parálisis y la complicidad. Yo siempre he estado orgulloso de ser europeo, y quiero seguir estándolo.