“Antes ayudaban todos, todo el mundo. Todos los vecinos nos ayudábamos unos a otros”
Manuel Carballo Luis, Manolo “el viudo” (San Matías, 2024)
Reflexiono en este breve texto sobre algo que conecta con la esfera humana, con las personas, que pueda ofrecer claves para superar la etapa de profunda deshumanización que estamos atravesando, con mayor o menor intensidad en cada caso. De manera directa, allí donde nos desenvolvemos en lo cotidiano, o a través de los medios de comunicación y las redes sociales, en un nivel que a menudo se escapa a nuestro alcance.
Es reiterada la frase que hace alusión a que las personas deben situarse en el centro de nuestro interés y acción, deben orientar nuestro esfuerzo principal. Las personas… ellas. Ya esa sola formulación, las separa “del nosotras”, quienes podríamos tener algún tipo de poder para situarlas en la centralidad. Para moverlas de aquí para allá, de allá para acá. Se plantea entonces una interesante paradoja: deseamos que las personas se conviertan en el centro, pero son habitualmente otros actores los que deciden para qué, cómo, cuándo y dónde colocarlas. Suele producirse entonces una evidente distancia entre la intención, el discurso y la práctica real.
Porque considerar dicha centralidad tal vez implique que las personas, esta categoría de la que estamos hablando, realmente puedan ser protagonistas, o por lo menos, más protagonistas de la decisión del para qué, cómo, cuándo y dónde desean situarse, tal y como refleja el pensamiento de Amartya Sen. Eso me lleva a pensar en su imprescindible intervención en todo aquello que les pueda afectar o incumbir. En la importancia de que sean ellas mismas las que puedan ocupar la centralidad, porque logramos establecer contextos propicios para ello, configurando sociedades más capaces… Descubrimos así, por ejemplo, el verdadero significado de objetivos universales con los que nos relacionamos a menudo y que manejamos a veces con cierta ligereza, como el número 11 de la Agenda 2030, que nos demanda articular comunidades más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles. Todo ello, incompatible con el hecho de que sean dependientes.
Avanzamos.
Entornos propicios, contextos favorables, que se configuran en plural, lejos del recurso al aislamiento e individualismo empobrecedor, como nos sugiere la declaración universal de los derechos humanos en su artículo 29.1, ese que se encuentra casi al final de su inasumible repertorio de propósitos para una parte de nuestro planeta, algo cada vez más evidente y que está teniendo su corolario en múltiples contextos del presente. Simple, pero rotundo a la vez: “Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad”. Más que un derecho reflejado en el papel, una recomendación insoslayable, las personas tenemos deberes y debemos desarrollarnos en comunidad, somos parte esencial de la construcción comunitaria.
La clave es entonces aprender a generar dichas circunstancias favorables, para que las personas puedan situarse en el centro por ellas mismas, facilitando procesos con acento comunitario: gobernar para facilitar. Cuestión harto difícil en el presente, en un marco de realidad de creciente complejidad. Pero es que, efectivamente, necesitamos sociedades más capaces y es evidente que esto es incompatible con algunas prácticas que hemos ido consolidando a lo largo del tiempo, que nos alejan del imprescindible concurso social.
Recordemos la pregunta: ¿realmente estamos contribuyendo a que las personas se sitúen en el centro? A que manejen la centralidad de su propia existencia, se proyecten más allá de sus entornos de interés exclusivo y logren el mayor protagonismo posible en sus espacios de vida. Y a partir de ahí, reactiven sus marcos comunitarios de relaciones y construyan comunidades valiosas por su trayectoria de acción coral. Parece un esfuerzo agotador…
No lo es tanto.
A nuestro juicio, facilitar que las personas se sitúen en el centro es pensar en clave multiescalar, no sólo en ellas a título individual, favoreciendo su mayor protagonismo en la gran escala geográfica, la que nos ofrece más detalle, la que nos traslada a la proximidad, lo que para nosotras sería nuestro barrio o pueblo. ¿Por qué?
Porque el barrio es el territorio, sinónimo de construcción social, alrededor del que se construye una particular identidad colectiva. Es el marco más factible para involucrar a las personas y emprender procesos de dinamización y desarrollo comunitario. Es la escala humana, la más accesible ⎯y posible⎯ para la intervención con los diferentes grupos sociales desde las políticas públicas.
El barrio propicia el encuentro con la realidad socioterritorial junto a sus protagonistas, favorece además la comprensión de la proyección local de procesos generales —como podrían ser, por ejemplo, las migraciones— y estimula la implicación de la comunidad en el enfrentamiento de sus efectos o repercusiones.
Construir una comunidad es articular de manera adecuada a sus distintos componentes a través del mágico poder de las relaciones, desde el encuentro, el diálogo y el hacer conjuntamente, consiguiendo que cada uno desempeñe ⎯lo mejor posible⎯ el papel que le corresponde, siendo todos fundamentales para su progreso. Estaremos entonces ‘haciendo comunidad’ y creando sociedades más compactas y cohesionadas, más capaces y protagonistas de su propio destino, donde cada persona encuentre su centralidad.
Pero…
Observamos algunas dificultades importantes: nuestra realidad se muestra fragmentada y nuestra participación está segmentada. Y en muchos casos, hemos olvidado las referencias comunitarias básicas, la trascendencia de las relaciones intergeneracionales y la necesidad de definir estrategias colectivas con enfoque territorial. Así, no se puede…
Por ese motivo, debemos actualizar determinadas herramientas, cuando no, reformularlas y ligarlas a la producción de cambios estructurales en nuestros entornos de vida. Esto no es fácil, porque encuentra múltiples resistencias en todas las esferas y por parte de muchos actores; el cambio produce incertidumbre y la novedad altera la rutina en la que casi siempre nos encontramos cómodamente instalados.
En este sentido, apostamos por una reformulación de la idea de participación, hasta que adquiera una dimensión más comunitaria, que aspire a contribuir a su efectiva expresión, sobre todo en el campo de acción del desarrollo comunitario. O lo que es lo mismo, la perspectiva del progreso de un territorio y su comunidad de referencia, que hace énfasis en el compromiso y la implicación de ésta como fuente de inspiración e intervención colectiva, para responder a sus principales retos aprovechando su diverso potencial. Aquí recomiendo la atenta lectura de la prioridad de actuación 1.6 de la Agenda Canaria de Desarrollo Sostenible, que hace alusión al enfoque comunitario, transversal a toda la estrategia.
A través de esta mirada, la comunidad puede ser partícipe y protagonista de la transformación positiva de su situación. La comunidad no como sinónimo exclusivo de ciudadanía o vecindad; comunidad como compendio de las esferas política, técnica y ciudadana, dimensiones que deben aspirar a conjugar sus capacidades y encontrar un marco de acción común.
¿Cómo? Pues a través de dinámicas de trabajo abiertas e incluyentes, que favorezcan la confluencia, la relación, la acción y el aprendizaje conjunto entre la diversidad de personas y organizaciones que conforman una determinada realidad socioterritorial, como nos enseñó Paulo Freire. Dinámicas que se conviertan en procesos participados que permanezcan activos en el tiempo y adquieran la sostenibilidad necesaria para ser palancas o motores de cambio, un concepto a veces vacío de contenido y método, hasta de horizonte, pero válido si realmente se pretende provocar una mejora efectiva de nuestras circunstancias compartidas.
Teoría, estarán pensando… Una ficción, tal vez.
La experiencia nos dice lo contrario. Realidad allí donde se ha intentado, creyendo en su validez y efectividad. Donde se ha contado con la confianza precisa para que se aplique y fructifique, provocando resultados transformadores. Nuestra Universidad sabe algo de eso, porque ha acompañado y facilitado un buen puñado de procesos alentadores y está en la línea de continuar profundizando en este marco de actuación. El que le genera un reconocimiento continuo a partir de su contribución al desarrollo regional, por ser uno de los centros superiores que más influye positivamente en su entorno, como por ejemplo señala el ranquin CYD. Un ranquin con peso de lo colectivo, plenamente alineado con sus fines estatutarios, aunque más alejado tal vez de las carreras individuales de sus componentes; entroncado con lo comunitario, aporte valioso a la centralidad social sobre la que estamos reflexionando.
Adeje asimismo puede ser un buen ejemplo de lo que venimos compartiendo, puesto que, junto a la propia Universidad, establece alianzas estratégicas para encontrar centralidades generosas. Desde el propio Campus del Sur y la Universidad de Verano, hasta el amplio conjunto de iniciativas desarrolladas a lo largo del tiempo, algunas estrechamente conectadas con su realidad territorial, económica y social. Me gustaría referirme a una muy humilde que se llevó a cabo hace algunos meses en el barrio de La Postura, aquí al lado: BarriODS, impulsada junto a nuestro Gobierno regional, que nos sirvió para validar una manera efectiva de intervenir en el marco local con un enfoque comunitario, enfatizando el protagonismo de sus actores, como ya se ha señalado.
Un proyecto que propició además la conexión entre personas de distintas localidades del archipiélago, desde sus respectivas centralidades, para ensayar un modelo de trabajo en red impregnado de cambio, conjugando sus talentosas aportaciones. Les recomiendo revisar la Guía para transformar nuestro barrio o pueblo, que se derivó de esta original experiencia. Al mismo tiempo, recomendaría al Ayuntamiento que continúe apoyando estos procesos en un municipio cuya base sociodemográfica ha cambiado radicalmente en los últimos años, siendo uno de los territorios de Canarias con mayor diversidad humana y cultural acreditada. De hecho, la representación de La Postura, consciente de sus actuales circunstancias sociales, ya enunció como uno de sus objetivos esenciales, “el aprovechamiento de la multiculturalidad existente en el barrio para favorecer el desarrollo comunitario”. Gente cabal…
Cabe aquí aplaudir otras iniciativas más recientes, con efecto demostrativo a mi juicio, como la elaboración participada de la guía Adeje amigable, también junto a nuestra Universidad y al Cabildo Insular en esta oportunidad, prototipo de un proceso comprometido con la acogida, la inclusión y la convivencia. Referencia que debe orientar el camino de una región crecientemente multicultural, pasando de la premisa simple de gestionar la diversidad a la de innovar a partir de la diversidad.
Y por aquí me gustaría transitar en la última parte de mi reflexión…
Hablamos de personas y de su centralidad, conseguida sobre todo desde el esfuerzo colectivo. Personas que conforman, con mayor o menor fortuna, comunidades que evolucionan a un ritmo particular, dependiendo de una serie de procesos en los que interactúan variadas dimensiones, como pueden ser, por ejemplo, la demografía y la economía, ambas interconectadas. La demografía, la gran olvidada salvo cuando intuimos ciertos peligros o enfrentamos determinadas incomodidades.
Y es que, parece que volvemos a encontrarnos en una etapa de significativa complejidad por las tendencias apreciadas en nuestro concreto devenir poblacional. Decrecimiento natural, envejecimiento sostenido, permanente incidencia migratoria —no nos referimos aquí a la inmigración irregular—, alto grado de diversificación, elevada concentración demográfica en lugares centrales, con una intensa ocupación de las franjas costeras, comprometida solvencia sociodemográfica en áreas de interior, etc. Todo ello, lo estamos conceptualizando como reto demográfico y dibujando sus múltiples desafíos para las políticas públicas, porque evoluciona hacia marcos desequilibrantes en muchos casos.
De hecho, la estrategia regional en esta materia incluye también la aspiración de avanzar en cohesión territorial, aunque ha sido débil, por lo menos hasta el momento, el trabajo con las personas que protagonizamos los procesos vitales que generan los resultados demográficos que conforman el reto, antes citados
Una paradoja más… las personas del común, se encuentran bastante ausentes todavía de la formulación de las respuestas ante una coyuntura que se anuncia compleja y larga, y que, además, promete incomodidades y hasta conflictos. Porque seremos más, más viejos y durante más tiempo, más diversos y estaremos más apretados.
A mí, no obstante, me gustaría verlo al revés, reencuadrarlo mejor, como una oportunidad para propiciar una mayor y más rica centralidad de las personas que están llamadas a gestionar esa complejidad junto a las instituciones. Siempre que se entienda que, si no generamos marcos de corresponsabilidad, los procesos activos serán cada vez más ingobernables y acentuarán las diferencias sociales y territoriales, por ejemplo, entre aquellos que dispongan de experiencia, más y mejores recursos, capacidades organizativas, y en particular, voluntad y confianza para generar contextos comunitarios conscientes y con posibilidades de respuesta. Frente a los que sigan pensando que esto se resuelve solo o con las limitadas estrategias actuales, diseñadas en muchos casos para gestionar escenarios diferentes.
O sea, pienso que el reto demográfico puede suponer una oportunidad, tal vez única, para volver a sintonizar a nuestra sociedad con las ondas comunitarias. Si no es así, esto será algo parecido al “sálvese quien pueda”; de hecho, en buena medida, ya nos estamos encontrando con ese tipo de contextos complejos. El Sur de Tenerife, por ejemplo, es y será un escenario privilegiado de todo lo que se está expresando.
Retornemos al inicio, para resumir.
Situar a las personas en el centro viene a ser algo así como crear las condiciones para que ellas puedan dar ese paso. Juntas, mejor. Eso implica hacer pedagogía comunitaria, es decir, actuar allí donde las personas pueden encontrarse y socializar con cercanía. Ya está inventado, es su barrio, nuestro barrio. Para ello, debemos pensar en otras configuraciones de los recursos y servicios públicos, desarrollados en clave de proximidad física y emocional, superando algunas resistencias; porque siempre vamos a estar más cómodos en nuestra propia centralidad y debemos aspirar a construir centralidades colectivas allí donde sea posible. Esto exige generar nuevos aprendizajes y hasta encontrar renovados liderazgos que favorezcan el tránsito de lo individual a lo colectivo, como diría Marco Marchioni.
Supone ajustes importantes en el engranaje institucional, pero también en el social. Como nos dijo un vecino del Valle de Aridane tras la erupción, cuando hicimos allí un importante proceso de audición social: “(…) porque la participación ciudadana no es solamente escuchar y ya está, se trata de ser partícipes en las decisiones que se toman. Si no se hace eso, es un paripé”. Y es que, pese a la obcecación de algunos, la participación ciudadana, tal cual fue concebida hace algunas décadas, ya no nos llega; las circunstancias, el contexto y los desafíos han cambiado, incluso se han amplificado o lo harán pronto. Solo nos sirve aquello que genera y fortalece la comunidad y su acción colectiva, fuera de estructuras paternalistas asentadas en lo asistencial. Por lo tanto, transitemos definitivamente del evento al proceso; demos valor a las capacidades colectivas antes que a las actividades para el colectivo. Esto además es transversal y estratégico, no sectorial ni testimonial, requiere compromisos múltiples y duraderos. Porque la mejor política pública siempre será la que hace capaz a su comunidad de referencia.
El reto demográfico nos abre una nueva ventana de oportunidad, pero hay que incorporar con criterio al conjunto social en la ecuación; no es suficiente pensar que la esfera institucional resolverá. Porque no lo conseguirá: no tiene la dimensión, ni el engranaje, ni la efectividad para hacerlo sola. Los procesos generales que estamos ya advirtiendo en el planeta, y no sólo de orden natural, nos pasarán por encima si no hacemos algo juntas para remediarlo también desde lo local, punto de partida de cambios más estructurales e imprescindibles. La ficción se va haciendo realidad.
Esto tiene que ver con ser cada vez más capaces y por lo tanto resilientes, para lo que debemos encontrar —por nosotras mismas, las personas— nuestra propia centralidad.
Contribuyamos a ello.