La conquista de las independencias africanas, celebrada como un triunfo histórico contra el yugo colonial, inauguró una era de profundas paradojas. Si, por un lado, representó la restauración simbólica de la soberanía y la recuperación de la dignidad de pueblos secularmente subyugados, por otro, legó una compleja de desafíos que continúan moldeando el continente. La pregunta “¿Qué trajeron las independencias?” no admite una respuesta única, sino que exige una reflexión que contemple tanto las luces de la autonomía como las sombras de una libertad incompleta.
En primer lugar, trajeron la promesa de la autodeterminación. El reemplazo de la bandera extranjera por la nacional fue un acto de potencia política y afectiva, un renacimiento de la idea de “patria”. Surgieron sistemas educativos que, en teoría, debían valorizar las lenguas e historias locales, y una inteligencia africana pudo, finalmente, ocupar espacios de producción de conocimiento antes monopolizados por el colonizador. La creación de la Organización para la Unidad Africana (OUA) simbolizó el proyecto, aunque frágil, de una unidad panafricana frente a los desafíos comunes.
Sin embargo, la materialización de esta promesa se mostró truncada. Las fronteras arbitrarias, diseñadas en la Conferencia de Berlín, fueron sacralizadas por el principio del uti possidetis, heredando y congelando tensiones étnicas y geográficas artificiales. El Estado poscolonial, en muchos casos, fue una ruptura con el aparato administrativo colonial, sino su apropiación por una nueva élite nativa. Este Estado frecuentemente replicó los mecanismos de extracción y coerción dele antiguo régimen, intercambiando el dominio racial por el dominio de clase y clientelar. La “tiranía de la mayoría” o de la minoría en el poder, a su vez, generó exclusiones sangrientas, alimentando golpes y contragolpes que militarizaron la política.
Económicamente, la independencia política no se tradujo en independencia económica. Las economías de enclave, volcadas a la exportación de commodities, mantuvieron el continente en la periferia del sistema capitalista global. Las deudas contraídas, la fuga de capitales y los programas de ajuste estructural posteriores solo consolidaron esta dependencia. La “jaula de oro” de la soberanía, por lo tanto, se reveló a veces como una prisión donde las nuevas lideranzas podían gestionar la miseria, pero no transformarla.
Así, el legado de las independencias es dialéctico. Trabajo la posibilidad de soñar en colores propios, de cantar himnos nacionales y de luchar por futuros endógenos. Pero también trabajo da dolorosa conciencia de que la descolonización formal fue solo el primer paso en un camino mucho más largo y espinoso: el de la verdadera descolonización mental, institucional y económica. El África independiente es, así, un semillero depotencialidades inexploradas y un campo de batalla donde se confrontan el peso del pasado y la fuerza testaruda de la esperanza.