
Jóvenes de ascendencia africana y nacionalidad española relatan cómo construyen su identidad entre dos culturas. No se consideran migrantes, porque no lo son: nacieron y crecieron en España. Sin embargo, mantienen una fuerte conexión emocional con los países de origen de sus familias, presentes en su día a día a través de la lengua, la cocina o las celebraciones.
Desde perfiles creativos y artísticos hasta trayectorias académicas y profesionales consolidadas, estos jóvenes reivindican el derecho a definirse más allá de estereotipos. Algunos, como Nadal, denuncian la sensación de vivir “en tierra de nadie”. Otros, como Paula, se sienten plenamente españolas, aunque reconozcan una herencia cultural diversa. Todos comparten una inquietud común: Ser escuchados y reconocidos en una sociedad que, a veces, sigue cuestionando su pertenencia.
Los viajes a los países de sus padres han sido experiencias significativas para quienes han podido realizarlos. Arabia conserva un recuerdo imborrable de su visita a los campamentos de refugiados saharauis. Otros, como Ángela o Beatriz, aún no han tenido la oportunidad de conocer Sierra Leona o Guinea Ecuatorial, aunque lo desean con fuerza. Las raíces, lejos de diluirse, se transmiten en casa, de forma cotidiana y natural.
Las preocupaciones que comparten reflejan una generación comprometida con su tiempo: el racismo, la desigualdad, el deterioro del planeta o la polarización política figuran entre los temas que les inquietan. Algunos no descartan emigrar, en busca de nuevas oportunidades. Mientras tanto, construyen desde aquí un relato propio, entre dos mundos, pero con voz propia.
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