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Page d'accueil " Actualités " Remontando el río Ogooué

Remontando el río Ogooué

Carmen del Puerto 12/07/2025
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“Navegábamos hacia África, la verdadera, la grande; la de los bosques insondables, miasmas deletéreos, invioladas soledades, hacia los grandes tiranos negros repantigados en el corazón de ríos que no acaban nunca”.
(LOUIS-FERDINAND CÉLINE, Viaje al fin de la noche.)

El río Ogooué, tan proceloso y peligroso como el Congo, aunque no arrastre su fama, el río ecuatorial más hermoso y a la vez violento del mundo. Así lo describía la exploradora inglesa Mary Henrietta Kingsley en sus diarios sobre el África Occidental. Ella se enamoró, como yo, de este inmenso río gabonés, que tantas veces remontó en canoa. Un río navegable que nace en los Montes Ntalé, en la República del Congo, entra en Gabón dividiéndolo en dos mitades, supera los 1.000 km de longitud y desemboca en el Atlántico formando un delta pantanoso al sur de Port-Gentil, junto a las plataformas petrolíferas gabonesas. El río Ogooué, imposible no amarlo, sobre todo cuando te has atrevido a surcarlo en rústicas embarcaciones, piraguas o pateras. Imposible olvidar las puestas de sol contempladas desde sus aguas.

¿Por qué una “solterona victoriana” del siglo XIX decidió viajar al interior de África, tan poco conocido, y pese a todas las informaciones previas que lo desaconsejaban? Yo ahora sé la respuesta. Las aventuras de Mary Kingsley en aquellas latitudes, vestida como una institutriz y portando una sombrilla, sin duda inspiraron a John Huston cuando dirigió a Katherine Hepburn en La reina de África, en 1951.

Esta mujer de leyenda, aunque precisamente por razón de su sexo no tan reconocida como otros célebres exploradores del continente africano –Burton, Speke, Livingstone, Stanley…-, hizo importantes contribuciones a la Ciencia, sobre todo etnográficas. Fue un personaje de novela, genuino y valiente, con una vida corta, pero muy aventurera en sus últimos años. Viajó sólo con la imaginación hasta que, a los treinta, se vio liberada de sus obligaciones familiares y con una renta de 500 libras anuales.

Los periodistas sabemos de la importancia de las fuentes de información y de lo tendenciosas o sesgadas que pueden llegar a ser. Mary Kingsley debió de intuirlo tras consultar la documentación misionera existente y a distintos colectivos -amigos, médicos…- antes de iniciar su viaje al África occidental. Sus más allegados poco o nada sabían de ese territorio, excepto que era un lugar poco recomendable por las epidemias. Los médicos también le advirtieron de los peligros sanitarios pues, en África occidental, además de las enfermedades transmitidas por la ingestión de agua y alimentos, son endémicas enfermedades mortales, como el paludismo o la fiebre amarilla. “La tumba del hombre blanco” era entonces la metáfora más extendida sobre la región. Y eso que Joseph Conrad aún no había escrito El corazón de las tinieblas.

Yo, que obviamente tampoco ignoraba la insalubridad de la zona que me esperaba y las posibilidades de contagio de alguna de esas enfermedades tropicales, fui vacunada de todo lo que prescribe Medicina Exterior y recomiendan las guías.

Río Ogooué.
Río Ogooué.

África occidental se presentaba en definitiva como una región “malsana”, inmensa, en gran parte inexplorada, de manglares pantanosos y selvas tropicales. Pero tampoco estas alarmantes noticias le hicieron cambiar de opinión y, en julio de 1893, con un buen equipamiento de quinina para la malaria y otros remedios medicinales, partía del puerto de Liverpool en el carguero Lagos. Lo hacía con evidente miedo en el cuerpo, sobre todo sabiendo –ingeniosa ironía que cierra el texto escrito por la exploradora- que las compañías navieras con destino a África Occidental “no expedían billetes de vuelta”.
Hoy ya no se llega a esos extremos, pero es difícil transitar por un país que es fluvial en un ochenta por ciento, con muy limitados medios de transporte. Quedarse incomunicada en Gabón varios días por falta de combustible es ya una rutina, pese a ser un país que exporta petróleo. Pero la experiencia te compensa si la espera es en Lambaréné, la ciudad africana de la hospitalidad donde un médico alemán, sobrino de Albert Einstein, fundó un hospital para leprosos.
Mary Kingsley remontó el río, comerció con los nativos y llegó a vivir con la tribu caníbal de los “fang” de Gabón, estudiando sus prácticas religiosas tradicionales, fetichistas, de gran interés en época victoriana. Para ello tuvo que atravesar pantanos, cruzarlos a nado y enfrentarse, sombrilla en mano, a hipopótamos y cocodrilos. La convivencia con aquellos caníbales sin duda fue una atrevida experiencia en el siglo XIX. Claro que antes tuvo que abatir de un tiro a un elefante, no por simple entretenimiento, como aún acostumbran algunos, sino para que aquellos nativos la respetaran y no se la merendaran, como hacían con sus enemigos. Hoy, los fang son una etnia bantú que habita en el sur de Camerún, Gabón y Guinea Ecuatorial. Y ya no llevan una tibia adornando su cabello ni se comen al explorador blanco en la olla colectiva de la aldea, aunque esta representación de la antropofagia nos persiga como un fantasma en nuestro subconsciente colectivo eurocentrista.

En el siglo XIX, las únicas mujeres que iban a África eran las esposas de misioneros, funcionarios o exploradores. Mary Kingsley viajaba sola, casi siempre a pie y sin escolta, combatiendo los tópicos comunes sobre el continente, aunque sin renunciar nunca a su británica costumbre de tomar una taza de té.

Además de sus encorsetados vestidos negros y gruesas enaguas, Mary Kingsley metió su enorme curiosidad en la maleta que la acompañaría en ese tan “poco recomendable” viaje al continente africano. Yo hice lo mismo. Y ese fue su acierto y el mío, porque es la curiosidad, el imperativo deseo de adquirir conocimiento y de vivir experiencias, el factor que precisamente nos ha hecho avanzar, el motor de la ciencia y de los descubrimientos. La curiosidad intelectual es –como decía el filósofo y psicólogo argentino José Ingenieros- “la negación de todos los dogmas y la fuerza motriz del libre examen”. Eso hicimos Mary Kingsley y la que firma, liberarnos de los prejuicios y desafiar al destino. Sólo así se escribe la historia de la Humanidad, el viaje más bello del mundo.

[*] Las citas que aparecen en este relato corresponden a:
CÉLINE, Louis Ferdinand. Viaje al fin de la noche. Seix Barral. Barcelona, septiembre 1983 (1ª edición).
KINGSLEY, Mary. Viajes por el África occidental. Valdemar. Madrid, octubre 2001 (1ª edición).
INGENIEROS, José. Cita en https://proverbia.net/cita/453056735-la-curiosidad-intelectual-es-la-negacion-de-todos-

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Juan Manuel Pardellas

Journaliste

Auteur, entre autres publications et ouvrages, de HÉROES DE ÉBANO, FINCA MACHINDA et IN THIS GREAT SEA.

DANS CETTE GRANDE MER FINCA MACHINDA LES HÉROS DE L'ÉBÈNE
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