Las selecciones nacionales de fútbol en África tienen predilección por los animales como sobrenombre. En Europa se opta más por colores como la Roja, les Bleus o gli Azzurri, por ejemplo. Sin embargo, en el continente africano son más propicios a equipararse con un espécimen del reino animal. 35 de sus selecciones nacionales, de 54 (36, si tenemos en cuenta a la de Sáhara Occidental, Los camellos, que no está reconocida por la FIFA) se identifican con alguno de ellos.
Puede ser un poderoso felino, como el león, el leopardo o el guepardo. Algo tan temido como un cocodrilo, una mamba, una de las serpientes más venenosas, un escorpión o un tiburón. Alguno ha elegido un insecto tan molesto como las avispas. Otros han optado por algo más dulce como las golondrinas o el dodo, ese pájaro tan simpático. Varios antílopes, camellos y distintas aves como águilas, grullas o gavilanes, y peces. También hay elefantes, cebras o cebúes.
Los 19 restantes tienen nombres diversos, entre los que destacan varios guerreros, unas cuantas estrellas, algún escudo, un trueno o alusiones a características propias del país.
El animal elegido puede ser importante a la hora de infundir confianza a los jugadores. A eso parece apuntar el cambio de nombre de la selección nacional de Benín. Antes conocida como las Ardillas, desde hace pocos años, se hace llamar los Guepardos. Pero no parece que el dejar al roedor le haya dado mucha suerte. Sigue sin cosechar títulos. Lo máximo que han logrado en su historia es llegar a cuartos de final de la Copa de África en 2019, todavía con el antiguo mote.
Así, por toda África se dan situaciones en las que los elefantes se enfrentan a las golondrinas, los cocodrilos a las avispas o las águilas al dodo. Lides que, a priori, pueden despistar a los no habituados.
Sea como sea, lo cierto es que África el fútbol es parte de la esencia de sus gentes. Como en todas partes, “inicia conversaciones y las concluye, crea amistades súbitas y las rompe, agiliza trámites y los empantana. El fútbol acerca culturas, borra fronteras y difumina clases sociales”, como bien describe Ramón Lobo en su libro El autoestopista de Grozni y otras historias de fútbol y guerra. Pero en África, el fútbol tiene una peculiaridad que no se da en otras partes del mundo, y que igualmente observó el gran periodista: “Uno cambia de nacionalidad, de creencias y sexo, pero jamás de equipo de fútbol. Menos en África. Allí cambiar de equipo no es un crimen ni una traición. Es una cuestión de supervivencia: nadie escoge el sufrimiento voluntario. Si la vida te sortea miserias, no estás para derrotas futboleras y que bandas ex guerrilleras rivales se rían a la cara con impunidad”.
A veces, cuando se presencia un partido de fútbol en un estadio africano o en un maquis o bar popular, la acción no está tanto en el terreno de juego, como en las personas que lo siguen. Los comentarios, los gritos, las quejas, las discusiones… confieren al espectáculo un aura muy especial. Y si todo ello se vive acompañado de una cerveza local bien fría, entonces se tiene la impresión de que se ha llegado al lugar al que se pertenece.