Sin dejar de reconocer que enfrentarse a una persona alterada y armada con un cuchillo es una situación de riesgo extremo, lo ocurrido hace unos días en el exterior del aeropuerto de Gando plantea serias dudas. A la espera de los resultados de la investigación, la actuación de los agentes de la Policía Nacional parece, a todas luces, desproporcionada.
En Gran Canaria, diversas concentraciones han exigido claridad y justicia por la muerte del joven gambiano Abdoulie Bah. Asociaciones de migrantes africanos y colectivos sociales reclaman explicaciones urgentes: ¿por qué se disparó al pecho de una persona con evidentes signos de alteración mental?
Trabajadores sociales han salido al paso para recordar que el joven no era un delincuente, sino alguien vulnerable que necesitaba ayuda. ¿Están nuestros cuerpos policiales preparados para intervenir sin letalidad en casos de personas con trastornos mentales? ¿Qué protocolos existen? ¿Por qué no se aplicaron?
Aunque el joven actuó de forma amenazante, cabe preguntarse: ¿cuatro agentes armados no pudieron reducirlo sin necesidad de disparar? ¿No existían otras alternativas? Un tiro a la pierna, una pistola eléctrica, una intervención especializada… había opciones.
El disparo al pecho, directo y letal, recuerda demasiado a escenas de brutalidad policial que en otros países, como Estados Unidos, han dado lugar a movimientos como Black Lives Matter. ¿Queremos importar ese modelo de violencia a Europa? ¿Queremos convertir nuestras islas en un escenario más de racismo institucional?
No es un hecho aislado. Es el reflejo de un racismo larvado que sigue presente en España: en la vivienda, en el empleo, en la calle. Un racismo silencioso, pero profundo, que margina, empuja y, a veces, mata. El perfil racial, las sospechas sin base, el trato desigual… están documentados. Lo sabemos. Pero seguimos sin actuar. Este disparo no solo mató a Abdoulie. Disparó también contra nuestra idea de justicia, contra la igualdad, contra la dignidad.
Canarias es tierra de acogida. Una tierra mestiza, solidaria, diversa. No podemos permitir que la falta de formación, el miedo o el prejuicio conviertan cada intervención en una sentencia de muerte. La vida de las personas migrantes, negras o no blancas, importa. Y eso debe reflejarse en cada decisión, en cada actuación policial, en cada protocolo. La justicia no puede ser selectiva. La humanidad, tampoco.