

En las playas de la costa atlántica africana, se dan cita cada día una multitud de hombres, mujeres y niños. Ninguno de ellos acude para saltar entre las olas o tomar el sol tumbado en la arena, están allí para ocuparse de la pesca y sus diferentes procesos posteriores.
Los hombres, a bordo de sus grandes o pequeños barcos de madera, se adentran en la mar de noche o desde muy temprana hora, para faenar en busca de la captura diaria. Tras una larga y dura jornada de trabajo, las barcas van regresando una a una hasta la costa, para descargar allí la preciada pesca del día.
Mientras los hombres descargan el pescado y empujan las pesadas barcas tierra adentro para terminar varándolas sobre la arena, las mujeres que ataviadas con sus coloridos bubus (trajes típicos africanos), esperaban pacientes en la orilla, comienzan con su labor. Unas recogen pescado en cubos y palanganas, para llevarlo hasta el mercado, otras se encargan de limpiar y cortar las piezas, en preparación previa para su posterior ahumado o secado.
Toda esta ancestral actividad, atrae a turistas y viajeros, que contemplan asombrados el bullicioso y colorido espectáculo, que se les presenta ante sus ojos, y es que en estas playas africanas, los únicos que permanecen quietos y tumbados al sol, son los pescados que se extienden sobre los rudimentarios secaderos, construidos con palos y cañas.