
Mientras Europa continúa limpiando su conciencia con gestos simbólicos de restitución cultural, las galerías de arte del viejo continente han encontrado una nueva forma de dominación: el control y explotación del arte africano contemporáneo. A diferencia del expolio colonial clásico, que se cebó con objetos y reliquias históricas, esta nueva etapa apunta a los propios creadores. Bajo una apariencia de internacionalización, muchos artistas africanos jóvenes ven condicionada su carrera por contratos desiguales, pagos tardíos y presiones creativas que los fuerzan a producir lo que se espera de ellos: arte “exótico” que responda a clichés occidentales. Todo ello sin apenas haber puesto un pie en Europa, pues sus movimientos son restringidos con excusas burocráticas o económicas, que en el fondo solo buscan mantenerlos al margen de los verdaderos beneficios y redes del mercado.
Esta estructura de poder velado se asienta sobre prácticas abusivas que se repiten de forma sistemática: comisiones que alcanzan hasta el 60 %, pérdidas inexplicables de obras, imposición de temáticas estereotipadas, y el rechazo tácito a estilos que no encajen con la imagen comercial de “lo africano”. Los testimonios recogidos por Alfonso Masoliver, que publica la web Mundo Negro, evidencian un sistema que premia la obediencia estética y castiga cualquier evolución que no sirva a las expectativas europeas. En esta lógica, el artista africano deja de ser un autor libre para convertirse en un proveedor de productos identitarios adaptados al gusto del comprador blanco. Lejos de la inclusión y el reconocimiento, lo que emerge es un nuevo capítulo del colonialismo cultural, más pulido y sofisticado, pero igual de desequilibrado en términos de poder, libertad y justicia.
Fuente: mundonegro.es